Vestir santos... (desvestir demonios)

Vestir santos... (desvestir demonios)
Horacio, Santiago y Alan Carranza (by Rubén Gauna)

miércoles, 6 de abril de 2011

VESTIR SANTOS (…desvestir demonios)

Si dicen que la familia no se elige y que la que te toca en suerte la cargarás toda tu vida, para la mía necesito una grúa. Un padre pendenciero que se cogía a cuanta mina se le cruzaba: gordas, flacas, altas, petisas, lindas o feas, viejas, y pendejas, que son ahora su trofeo más preciado. Con ese aire de intelectual y sus casi sesenta bien llevados, todas sus alumnas hacen fila en la Facultad para aprobar el oral ya sea en el escritorio, un telo o en su propia casa. Aguantó bastante mi vieja pero descubrirlo cogiendo sobre la mesada de la cocina fue demasiado. La cocina es el territorio sagrado de María Laura, mi madre. ¡Que pelotuda! No le importó que le metieran los cuernos sino que fuera en su propia cocina. Demasiado Utilísma le quemó el cerebro. Otras dos tuvieron que vivir esa misma pesadilla que mi madre aunque con distintas intensidades. Una quedó loca, pero loca de verdad. Está en una clínica, bajo estricto control psiquiátrico; intentó ya tres veces matarse: ahogándose en la bañera, bajándose el blíster completo de antidepresivos que le habían dado y la última hace unos días: se las ingenió para escaparse de su habitación y hacerse de un bisturí. Desde entonces la tienen atada y sedada. Santi, su hijo y mi medio hermano, el del medio, está tratando de lidiar como puede su trabajo como fotógrafo free lance y la hecatombe en la que lo dejó su madre que además era adicta al juego. El pobre está viendo cómo hace para tapar los agujeros que le dejó en la economía doméstica y en cómo rescatar su pareja con María Mercedes que ya hizo agua por todos lados pero ninguno de los dos quiere ponerse el salvavidas.
¿Qué cómo la conoció mi viejo a María Emilia, la madre de Santi? Fue la que estaba sobre la mesada de la cocina de mi mamá. Alumna aplicada se ve que era. Y queda María Eugenia, mi viejo tenia una fascinación por ese nombre, María. Al menos en la cama no se iba a confundir al nombrarlas. Ella es la mamá de Alan, el más chico de los tres. Y todavía no sabe muy bien qué hacer de su vida. Con los treinta pisándole los talones. Pero como mamá Eugenia, (perdón la aclaración, pero decir María se nos hacía muy tenebroso a los tres y llamábamos a nuestras madres por su segundo nombre) viene de una familia de picotudos, mucho problema no se hace Alancito y ella lo consiente en todo como si todavía tuviera cinco años. Mamá Eugenia vive en su mundo de Barbie, donde las apariencias reinan a sus anchas. Ella quería que fuera rugbier, pero a Alan le gustaba más estar en el vestuario que en la cancha. Como mi viejo, pero con los tipos resultó ser. Padre ausente diría un pedagogo después de que lo descubrieran en cuarto grado jugando al doctor en el baño con su compañerito de banco.
Y yo, Horacio. Pasé los cuarenta y tanto, trabajo de oficinista en un Banco, que en los Noventa tuvo su gran momento y el Corralito dejó con lo puesto y casi en la calle. Y una vida sentimental de mierda. No logro decidirme nunca. ¿Qué culpa tengo yo de que se enamoren dos a la vez y no poder quedarme con uno? Sí Uno. Sí yo soy puto también. Le salimos por la culata al viejo. Santi es la única esperanza de perpetuar el apellido Carranza. O era. Dos ya salimos del placard. Ahora parece que está a punto de abrirse el tercero.

4 comentarios:

  1. Divino Alejandro... tengo una cita todos los miércoles a la misma hora... =) éxitos!!

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  2. FELICITACIONES ALE!!! ME ENCANTO! BESHOTES!

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  3. Muy Bueno, me quedé con ganas de seguir leyendo, tendré que esperar al próximo capitulo, Felicitaciones.

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  4. Mmmmm...Ale, me dejaste en suspenso hasta el próximo miercoles. Buenisima

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