Vestir santos... (desvestir demonios)

Vestir santos... (desvestir demonios)
Horacio, Santiago y Alan Carranza (by Rubén Gauna)

jueves, 30 de junio de 2011

Secreto

Volver a la casita de los viejos, dice el tango. Cuando uno se va, sabe que volver es como fracasar. En mi caso doble. Amo a Mercedes, pero esto que me pasa tampoco puedo negarlo. Lo mejor por ahora es estar acá, solo. Distancia. Necesito encontrar quién carajos soy en realidad. Y aunque el Viejo ya no esté, me parece el mejor lugar para encontrar esas respuestas que ahora no tengo. Santiago Carranza. Verdad o consecuecia. Puta madre...


Cuando entré y lo ví a Santi ordenando sus cosas en el que siempre fue nuestro cuarto de chicos fue bravo. Sé que no estaba bien y supongo que nada de esto le debe ser fácil. Nos dimos un abrazo, quizá más fuerte que del día del sepelio de papá. Lo noté muy bajoneado. Traté de sacerle algo pero me dijo que prefería esperar a Alan. Quería contarnos a los dos algo que sólo nosotros podíamos ayudarlo. Le pregunté si quería un café mientras esperábamos y me dijo que sí, dale Horacio, vendría bien.
Cuando fui a la cocina, todo ma cayó encima. Los recuerdos alrededor de esa mesa. Me quedé un minuto inmóvil. Como perdido. Un shock. Un nudo en la garganta. Como pude busqué en la alacena el café, el filtro, y puse la cafetera a funcionar.
En un rato algo fuerte se venía. Siempre que Santi siente cosas fuertes las siento yo también, como si fuéramos gemelos.


Horacio. Santi. Que lindo verlos acá. ¿Y Santi, me vas a contar lo que te pasa? Soy tu Padre te puedo ayudar, sabés que siempre estoy.
Pero qué boludo, sino me escucha. ¿Mamá cómo se hace esto? Vos estabas ahí muchas veces cuando las cosas me iban mal. Lo sentía. ¿Ellos sentirán, que esoy acá?


Entrando en la cocina, con el olorcito del café que se va haciendo, Santi me pregunta si siento frío. Bah, que él siente como escalofríos. Me miró serio. A mí me pasa muy seguido desde lo del Viejo, le dije. Será… Y se hizo un silencio. Nos miramos fijo. Como que los dos pensábamos lo mismo. El Viejo. Santi soñaba mucho con Él me contó. Yo no. Pero sentía que por momentos alguien me obserbava. Me daba vueltas en la calle y todo, para chequear. Obvio, nadie me miraba. ¿Me estaba volviendo paranoico?


La llave. Siempre acá. No me dejaron afuera como otras veces estos turros. Alan, el raro, el freak, el picotudo. Siempre me jodían con eso. No es mi culpa tener plata y ellos no.
¿Olor a café? En la cocina seguro, como siempre. Era el lugar preferido de todos. Y el sillón del Viejo, de sólo Él, el que está en el living y nos quedábamos hasta tarde viendo alguna peli que nos alquilaba en el videoclub de la esquina, todos encimados. La de veces que nos peleábamaos por usarlo, aún estando el grande al lado. Pero era ese sillón. Ahí estaba. Solo. Vacío.
Como mi estómago. No había comido nada en todo el día casi. Apenas desayuné unas tostadas. Mamá me dijo que estaba preocupada porque no comía nada estos días.
Está un poco hincha huevos. Carlos no sabe cómo manejarla. Está raro todo en casa estos días. Como que esas heridas que parecía habían quedado cerradas, se abrieron otra vez. La culpa. Eso tienen. Y al que joden es a mí, como siempre. Me tienen harto
los dos. Creo que le voy a decir a Santi que me vengo acá un tiempo con él. Despúes veré en comprarme algo en Puerto Madero. Pero el clima de casa es insoportable. Me asfixia.


¿Cómo que te asfixia? Alan tu madre está preocupada y Carlos hace lo que puede. No la dejes sola ahora. Alan, escuchame… carajo. Para qué sigo hablando. Parezco un loco. Todo esto es loco. Eugenio, no estas en el Purgatorio ni ocho cuartos. Un loquero. Eso es donde estás.



Alan (asomándose por la puerta de la cocina): -Hola. Perdón por la tardanza. Panamericana estaba insoportable. Como siempre. ¿Quedó café?

Santiago (mirandolo sorprendido, como tratando de descubrir algo): -Sentáte, todavía le falta un toque, recién lo puso Horacio. ¿Cómo estás? ¿Eugenia? ¿Carlos?

Horacio (le lanza una mirada de desaprobación a Santiago por la pregunta): -No empieces Santi, por favor, dejalo tranquilo.

Santiago (sorprendido): –Sino dije nada malo. Solo pregunté, ¿no puedo preguntar acaso?

Alan (son gesto sobrador): –Dejá, sabés cómo es…

Santiago (levantando la voz): -¿Así que vos sabés cómo soy? Mirá no sabía que en Esperanto daban Psicología… o era en Ink…

Horacio (cansado y poniendo orden): -¡Basta! La cortan los dos. Por una vez al menos. Hablemos como personas adultas. (Alan lo mira como sino se sintiera aludido) Sí, adultas Alan. Ya no sos un pedejo. Yo a tu edad…

Alan (sin dejarlo terminar y con ironía): –Habla al país Horacio Carranza, hijo ejemplar con carrera ejemplar, pero medio pelo como todos en esta familia. Menos yo, obvio. Ni sé para que carajos vine…

Santiago (en voz alta y cortante): –Por que quiero hablar con los dos. Para eso les pedí que vinieran.

(Alan y Horacio lo miran expetantes y a coro…): –Y hablá de una vez entonces…

El café ya estaba hecho. Horacio se para, busca las tazas y empieza a servirlo. Santiago busca la azucarera. Alan sigue sentado. Silencio largo y tenso.

Santiago (después de tomar un sorbo y los demas haciedo lo mismo mientras lo miran): –Bueno, como les dije los otros días, estoy pasando una crisis con Merceces. Y necesito que mientras se resuelve el tema de la sucesión, quedarme un tiempo acá, y después vemos qué hacemos con la parte de cada uno. Papá siempre nos dijo que esta casa quedaba para nosotros. Pero por un tiepo les pido, si están de acuerdo, vivir acá…

Horacio (interrumpiendo): -¿Pero por cuánto tiempo? ¿Qué, no vas a volver con Mercedes o terminaron? Por mí quedate lo que necesites, por ahora yo al menos no quiero venderla. De última te vendo mi parte…

Alan (riendo, sarcático) : -Te vendo mi parte… Con la fortuna que tenés vos… No te vendría mal…

Horacio (enojado): –Calláte idiota. Estoy tratando de ayudar a tu hermano.

Alan (más ironico): –Por poco y falta que caiga un tasador Horacio… No me hagas reir…

Santiago (enojado) -¿La cortan? (se miran entre los tres, con tensión) Bien. Lo de la casa te lo agradezco Horacio. Y si vos (mirando a Alan) me querés vender tu parte no hay problema, ya veremos cómo queda todo lo legal del viejo. Hay que hablar con el Contador. El Abogado. Las cuentas, la Prepaga…

Horacio (comprensivo): –De eso me encargo yo Santi, quedate tranquilo.

Alan (riendo) –Cierto que el señor ahora tiene influencias…

Horacio (a Alan) –La podés cortar nene.

Santiago (queriendo cambiar de tema) -En realidad lo que menos me importa es eso ahora. Les pedí que vinieran... Tengo un problema y ustedes me pueden enteder y aconsejar es…

Horacio (interrumpiendo) -¿Mercedes? De eso, de lo que pasó entre ustedes... ¿Pero que pasó?


Y ahí parado al lado del lavarropas escucho cómo Santi le empeieza a contar de una película que vió y lo excitó, de un tipo, de cicatrices, sadismo, y que sentía cosas que no entendía y que estaba confundido.
Y que Mercedes leyó un mensaje de texto de un chabón que le ofreía coger con él. Hacía como un mes que no tenía relaciones con ella y creía que andaba con otra. Y no sé cuantas huevadas más.
No lo puedo creer, mis tres hijos putos.
Santi, yo que esperaba que me dieras un nieto, que el apellido Carranza no se perdiera y me salís con esto.
Agradecé que estoy muerto, sino… sino… me muero ahora mismo…

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