Vestir santos... (desvestir demonios)

Vestir santos... (desvestir demonios)
Horacio, Santiago y Alan Carranza (by Rubén Gauna)

miércoles, 4 de mayo de 2011

Así. (parte uno)

Éramos muy chicos cuando nos conocimos con Eugenio. En el colegio siempre nos veíamos pero a mí me resultaba indiferente. Sabía que era un picaflor. Y yo no iba a ser una más. No señor. Tal vez esa actitud mía fue lo que mas lo provocó. En un asalto se me acercó, y con un lento de Sandro bajé la guardia. Fui la más envidiada desde entonces. Todo ese último año del secundario no nos despegamos un segundo. Su vida de mujeriego parecía haber terminado. Y lo que empezó como un amor adolescente se complicó después del viaje de egresados. No paraba de sentirme mal y todo lo que comía lo vomitaba. Sí, quedé embarazada de Horacio en ese viaje. No hubo que discutirlo mucho y Eugenio se portó como todo un hombre y se hizo cargo. Mi papá le dio una trompada cuando se lo dijimos juntos, una tarde después de que nos confirmaran en el Hospital el resultado de los análisis. Eugenio ni se mosqueó y levantó la frente ante la agresión de mi papá. Esa actitud lo salvó de una golpiza que estaba dispuesto a recibir. javascript:void(0)Me amaba y no iba a dejarme así como así. Al menos en esos momentos me amaba. Terminamos el colegio y en pleno enero nos casamos. Entre los padres de los dos nos regalaron un departamento y Eugenio empezó a trabajar con su papá en el Banco y se las arregló para poder cursar la Carrera de Letras, mientras yo debutaba de ama de casa y mujer. Con sólo 17 años los dos, habíamos crecido de golpe.
Nació Horacio y todo parecía perfecto. De a poco aprendimos qué era ser padres. Pero esa felicidad duraría pocos años. El día que entré en la casa una hora antes de lo habitual (había conseguido un trabajo de secretaria en una Inmobiliaria del barrio por una horas, las que Horacio estaba en jardín) y escucho unos ruidos en la cocina no imaginaba que el mundo se me vendría abajo. Ahí estaban Él y una chica en la mesada de mi cocina en pleno acto sexual. Quedé muda y un vacío se me hizo en el estómago y la cabeza. Me desmayé. Desperté en el living y una andanada de insultos empezó a salir de mi boca. Lloraba y lo insultaba por partes iguales. La chica que resultó ser alumna en la misma Facultad, pero dónde él ya era entonces ayudante de Cátedra, se había ido. Fue el final. No hubo forma de perdonarlo. Lo intentó todo, pero todo el amor que sentí por él se había ido. O no era el mismo. O no sé. Hasta el día de hoy no sé que me pasa con Eugenio. Seguimos manteniendo un buen trato a pesar de todo, y mas que nada por Horacio, que pasó a ser la luz de mis ojos.
Ahora en esta Sala de Espera de Terapia Intensiva y viéndolo ahí, en la cama, inconsciente y lleno de tubos por todos lados me parece mentira que fuera esa tromba que se llevara todo por delante. Hace una hora me llamaron y me aviasaron del accidente. Un reventón de una de las gomas del auto y bajo un aguacero,lo llevó directo al paredón de Libertador, cerca de Retiro. Lo llevaban en la ambulancia hacia al quirófano que ya estaban preparando para hacer todo lo posible para mantenerlo con vida. Acá parada ahora tengo que avisarle a Horacio y a todos lo que está pasando. Y como aquella vez no paro de llorar y de insultarlo por dentro.


-(A los gritos)¿Cómo fuiste capaz de hacerme esto? sos un hijo de puta. ¡Puto como tus hermanos!. Maldito, maldito, maldito. (llora)
-(Nervioso) Pará, pará no te pongas así. No es lo que pensás...
-(Irónica) Cuándo quieras cogemos... ¿Qué otra cosa puedo pensar?. ¡Y con un tipo!.
-...
-Sos una basura. Andáte ya. Puto de mierda, andáte ya…
-Pará no es así, no me hagas esto... Mary...
-No me vuelvas a decir Mary. Hijo de puta, laváte la boca antes de nombrarme…
-(Santiago trata de acercarse y tomarle la mano) No me toques, asqueroso. Pervetido. Puto, puto, puto. Igual que tus hermanos... qué boluda fui... (llora, ahora desconsolada)
-(Suena el teléfono, en manos de María Mercedes) Tomá, debe ser el puto ese que te cogés... o que te coge... (le dá el teléfono con cara de asco)
-(Santiago mira quién llama) Laura... Sí... Tranquilazate ¿qué pasó?... ¿Qué?... ¿Cuándo?... ¿Dónde lo llevaron?... Si ya salgo para allá. Tranquila. Ya voy. (corta y busca las laves del auto sin otra cosa en mente que lo que acaba de decirle María Laura)
-(María Mercedes, sin entender) Laura. Sos un caradura. Era Él no. El puto ese con el que te vés, no...
-(Sin poder encontrar las llaves) Calláte. Calláte por favor. Ahora no...
-Dá la cara hijo de puta, decime era él no...
-(Con la llave en la mano y gritando) Mi viejo se acaba de hacer mierda con el coche y está en Terapia Intensiva. Ahora no me jodas. Basta. Después hablamos... (Santiago sale dando un portazo)


(¿Qué carajos hace Leo acá? Y estos idiotas que no paran de seguirme hoy. No dejan de hincharme las pelotas. No, no puede ser Leo. No podés aparecer ahora. Encima al lado del chongo ése. Y ahora quién carajos me llama... ¿Santiago? ¿Qué quiere éste?)
Hola…
Pará que no te escucho nada… (Menos mal, me saco a éstos de encima por un rato)
Esperá...
Hola sí, ahora sí, decime...
¿Qué?...
¿Cómo un accidente?...
¿Cómo fue?...
¿Y dónde está ahora?...
Sí, sé donde queda...
Dale nos vemos ahí, voy para allá, ya justo me iba...
Sí, si, si... Dale. Chau, chau...
(La puta madre que los re mil parió. ¡Justo ahora me tiene que pasar esto!. Viejo de mierda...)
Le... Leo... Co... cómo estás... (¡Dios no puede estar acá y estar mas lindo que nunca!)
Bien, bien...
¿Sí? No, no te había visto...
Ya, ya me iba...
Me acaba de llamar uno de mis hermanos...
No nada, mi viejo que tuvo un accidente y voy hasta la Clínica ahora y de paso avisarle a mi vieja...
No, no es necesario, gracias...
No, en serio...
Bueno dale...
Si querés...
Dale, aguantá que les aviso a unos amigos que me voy...
Gracias por llevarme...


Medio empapado y con el teléfono en la mano que cerré con disimulo, puse mi mejor cara de sorpresa y una sonrisa ante la aparición, así sin avisar de Gabriel. Está hermoso como siempre, descalzo y con la camisa entreabierta y la copa de tinto que me dió a tomar. El beso que nos dimos disparó todos mis ratones y por un buen rato me olvidé del taxista. Estaba empezando a preparar la cena. Un lomo con hierbas y papines que prometía. Había puesto a Norah Jones (el muy turro sabe cómo ponerme en clima) y todo hacía suponer una noche larga y llena de sexo. Mientras se cocinaba el lomo, disfrutábamos del franeleo. En eso me propone ducharnos juntos. Acepto, y mientras va al baño a preparar todo aprovecho para mandarle un mensaje al taxista, avisándole que un compromiso de último momento me impedía verlo ahora. Que mañana lo llamaba para arreglar algo en estos días.
Afuera, se había vuelto a largar con todo. Perfecta la noche, pensé. Cenamos en pelotas en la mesada del living y al vino le siguió una botella de champán. Hacía más de dos semanas que no nos veíamos y no podíamos parar de tocarnos y besarnos. Medio mareados, llevamos la botella al dormitorio. Sí, noche perfecta. Poseer a Gabriel es una de las cosas que me vuelven loco. Y que cada tanto los roles se inviertan, me pone a mil. Acabamos y en algún momento nos quedamos dormidos, abrazados.
Medio entre sueños escucho mi celular sonar y sonar. El velador había quedado prendido y como pude, entre el mareo y el sueño, busqué el teléfono. Mi vieja. ¿Mi vieja? Atendí y en un segundo el mareo y el sueño desaparecieron. Un frio por la espalda. Desperté a Gabriel para decirle que tenía que irme. Cuando le dije que mi viejo estaba internado y grave, se levantó también y me dijo que me acompañaba. Nos dimos una ducha a las apuradas y en menos de quince minutos estábamos en la esquina de casa buscando un taxi. Por suerte ya había dejado de llover y enseguida conseguimos uno. Pueyrredón y Santa Fé por favor, le dijo Gabriel que subió último. Yo estaba en shock. Y Gabriel me tomó la mano y me acompañó en silencio. En eso levanto la vista. Y otra vez eso ojos verdes que me habían fulminado horas antes me miraban, ahora con un dejo de bronca.

(Continuara...)

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